Que sí, que Gadafi es muy chungo. Y Sadam también lo era.
Que sí, que no se puede permitir que un tirano acabe con su propio pueblo. Que hay que parar los genocidios.
¿y en el Congo? ¿y en Palestina? ¡¡Tanta hipocresía apabulla!!
A Gadafi, como a Sadam, como a los sionistas que ocupan Palestina, como a los mercenarios que defienden la explotación más salvaje en los yacimientos del Congo,… los mantienen los estados capitalistas del mundo, interesados en sus recursos, su petróleo,… para tener buenos coches a tope, móviles cada seis meses, etc.
Que sí, que la OTAN tiene que intervenir en Libia para pararle los pies a Gadafi y sus secuaces,…
Pero yo me pregunto, ¿cómo se puede plantear la Guerra como solución a ningún conflicto? ¿Quién ha mantenido durante años a Gadafi, con el principal fin de mantener el mercado de crudo para seguir con la máquina capitalista? ¿Quiénes han apoyado a Gadafi durante todos estos años? ¿Quién le suministra las armas que está usando para masacrar a los libios?
Y, por último, ¿quién es la OTAN o la ONU, más que una representación de los poderosos, los mismos que mantienen dictaduras, esquilman los recursos del planeta y crean unas relaciones internacionales penosas?
Desde aquí, firme y sencillamente, apostamos por la no violencia, no por la guerra. Por el fin de la industria armamentística y de las nucleares. Por un planeta en paz, en el que disfrutar y convivir.
De postre, hoy, el precioso poema de Miguel Labordeta, «Mataos»:
Mataos.
Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
Invadid con vuestro traqueteo los talleres, los navíos, las universidades,
las oficinas espectrales donde tanta gente languidece.
Triturad toda rosa, hollad al noble pensativo.
Preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte…
Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas,
pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.
Asesinaos si así lo deseáis.
Exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas
que jamás asireís un fusil de bravura.
Asesinaos pero vosotros los inquisitoriales azuzadores de la matanza…
Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna,
al campesino que nos suda la harina y el aceite,
al joven estudiante con su llave de oro,
al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo
y al hombre gris que coge los tranvías
con su gabán roído a las seis de la tarde.
Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para vivir con todos
y entre todos aspiran a vivir: tan sólo esto.
Y de ellos ha de crecer
si surge una raza de hombres y mujeres con puñales de amor inverosímil hacia
otras aventuras más hermosas.