El Ayuntamiento de Peñíscola ha iniciado una guerra abierta contra la venta ambulante. El PP gobierna este turístico municipio con mayoría absoluta. Su alcalde, Andrés Martínez, es también vicepresidente de la Generalitat Valenciana.Poco a poco, está abriéndose un hueco en la política, profesión que ostenta desde que en 1999 entró en el Ayuntamiento y en 2002 ganó la alcaldía con 29 años. Los comerciantes de Peñíscola, sus votantes, vieron en la venta ambulante una amenaza directa para sus negocios.
Podían haberse fijado en la falta de democracia, en las malas políticas neoliberales, en los recortes en gastos públicos como la educación o la sanidad,… pero no. Sus iras se centran en los vendedores de mercancías que recorren la playa peñiscolana en verano, por las mañanas. Y por las tardes tratan de vender en el paseo. Hasta la noche.
Aprobaron una ordenanza municipal que prohíbe la venta ilegal. Y hace dos años, el Ayuntamiento instaló cada cincuenta metros del paseo (la única arteria de Peñíscola) unas señales en las que se indicaba que la venta ambulante era ilegal y que había que acabar con ella para defender al comercio local. Además, este verano han instalado lonas en las farolas con el mismo mensaje, así como anuncios en los autobuses y marquesinas. La campaña continua con un bando que se emite cada mañana y cada tarde (a las 12 y las 5 de la tarde, aproximadamente) en el que se recuerda que la compra y la venta ambulante es ilegal y puede ocasionar multas de hasta 1.500 euros. Por cierto, causa risa escuchar estos bandos, emitidos en castellano, catalá, francés e inglés. Con lo que cuestan un par de las señales colocadas, podían haber impartido un curso de idiomas a sus guías turísticas,…
Los vendedores ambulantes son en su mayoría africanos. Negros. Y, aunque no se lo hemos preguntado a todos, suponemos que sin regularizar. A estas alturas, ya sabemos lo difícil que es conseguir papeles que permitan un permiso de residencia en España. Los que hace unos años construyeron la Expo de Zaragoza, recogieron las fresas que luego nos comemos o fregaron los platos de nuestras cenas en restaurantes,… hoy han sido condenados a una situación de precariedad y marginación absoluta. Solo la red comunitaria que les permite seguir comiendo y alojándose bajo techo (a casi todos) les mantiene vivos y con la ilusión de seguir aquí, encontrar un trabajo y vivir dignamente.
Por ahora, lo único que encuentran es la venta ambulante. Andar de aquí para allá cargados de mochilas repletas de bolsos, camisetas deportivas, gafas, pareos o dvd’s. Todas ellas, mercancías que intuimos llegan de un mercado de contrabando. Que, por otra parte, dudamos sea muy difícil de incautar. Las mujeres suelen ir con hilos para hacer trenzas de colores en el pelo.
En las tiendas de Peñíscola, por otra parte, se ofrecen artículos distintos. En verano, evidentemente, es la hostelería la que saca más beneficios: heladerías, creperías, restaurantes, hostales, hoteles, campings,… que seguramente habrán sentido también la recesión económica. Cada vez las vacaciones son más cortas y el presupuesto para gastar es más escaso. ¿Cuántas familias pueden permitirse un mes de vacaciones con cenas por ahí todas las noches? En las tiendas, como decía, se venden camisetas, artículos de recuerdos de Peñíscola, ropa,… y también bolsos, camisetas deportivas, pareos,… quizás hasta alguno de estos artículos provenga del mismo contenedor en el que llegan las mercancías para la venta ambulante. Podemos mirar la etiqueta y veremos que, en uno y otro caso, el “made in China” o el “fabricado en Asia” es lo habitual.
En lugar de analizar su situación comercial y estudiar una estrategia común para desarrollar un comercio de calidad y con éxito, los comerciantes peñiscolanos se han centrado en acabar con la venta ambulante.
Además de la campaña informativa, la policía es más visible que nunca en Peñíscola. En las últimas décadas, lo común era ver a algún policía “del pueblo” a la hora del cierre de los bares. Y alguna dotación de la Guardia Civil para controlar los índices de alcohol por las noches. Poco más se veía. En los dos últimos años, ves policías a todas horas. Por las noches, patrullando el paseo, del que también han echado a los dibujantes de caricaturas, los decoradores de vinilos, los que te escribían tu nombre en japonés y los músicos americanos. No queda más que el clásico espectáculo de títeres y poco más. Las noches peñiscolanas están languideciendo hasta el aburrimiento casi total.
Por las mañanas y tardes a primera hora, como novedad, han incorporado un “vehículo ecológico” de la Policía Local.Un todoterreno que recorre la playa, sorteando a parejas jugando a las palas, sombrillas y toallas, vigilando los movimientos junto al mar. En mi estancia, he visto a la pareja que va en el vehículo todos los días, por la mañana y por la tarde. Todos los días se cruzan con los vendedores ambulantes. Es inevitable, ya que el camino es único. No hay escapatoria. Solo tres veces les he visto salir del coche. En una ocasión, increparon a un vendedor ambulante. De malos modos, claro, son policías. Y, en otra, quitaron a un joven una colilla que se estaba fumando de tabaco de liar. A este chaval lo trataron bastante mal, le intentaron asustar y le amenazaron con una multa generosa. Tras lo cual tiraron la colilla a la papelera, porque eso no era un porro ni contenía nada ilegal. La tercera vez me pilló más de lejos y ví cómo la policía se llevaba la mochila de una chica (supongo que china) que huía tras haber sido pillada in fraganti haciéndole un masaje a un tipo. La policía no permaneció mucho rato ahí y cuando llegué ya había un grupo majo de gente increpando y comentando el abuso policial.
Cada día que pasa son más las personas que mira mal a la policía. Lo cual ya es mucho, en un época de relax absoluto, en la que los seres humanos podemos ser confudidos con amebas. Incluso les insultan. He llegado a ver cómo en un descuido les han llenado el cochecito de arena. No gustan.
¿Por qué?
Sin duda, el debate está en la playa. Dicen que los policías son tan solo unos currelas que hacen lo que les mandan. Que es normal que las tiendas defiendan sus negocios. Que pobrecitos los negritos y que algo tendrán que hacer para no morirse de hambre. Que esta política de persecución es un derroche en los tiempos que corren. Que no hay trabajo y deberían irse todos. Que los vendedores no hacen ningún mal a nadie. Que son muy educados y pacíficos. Que si les dejas estar vendrán más y no se podrá ni estar en la playa. Opiniones para todos los gustos.
Mientras, los vendedores encuentran sus compradores. Pese a todo, la gente les compra. Lo que ven todos los días es la mejor publicidad para recordar que hay venta ilegal. Que si levantas la vista del periódico o el libro, si te quitas las gafas de buceo y miras, hay quien te vende una camiseta del Barça, unos calzoncillos de Calvin Klein o un bolso de Chanel (todo imitaciones, claro) por cuatro perras gordas. Y así contribuyes a que esta gente no se muera de hambre. Todos los días veo a alguien comprar. Gente variopinta. De todas las edades y procedencias.
No se puede poner puertas al campo. Aunque lo intenten. La situación es dramática y ya ha tomado la forma de una guerra abierta. De una parte, los más vulnerables, los vendedores ambulantes. Sin papeles, sin derechos, sin dinero. Unidos en su tesón por forjarse un futuro aquí y poder volver a su lugar de origen con algo que llevar a sus familias. Por otra, los comerciantes, preocupados por el descenso en las ventas, amparados por uno de losayuntamientos más ricos de España gracias al turismo y respalados por un partido y un segmento de la población que pide mano dura contra los que llaman “manteros”.
En apenas unas semanas, han pasado muchas cosas. En julio, la policía de Peñíscola dice que detuvo a 17 vendedores ambulantes. En agosto, dicen que se han producido enfrentamientos entre policías y vendedores, ayudados por turistas que intervienen para que les detengan. El pasado jueves por la noche, el alcalde y dos decenas de comerciantes se concentraron con mensajes como “Los manteros son nuestra ruina, también la tuya”, “Sentimos peligrar nuestro comercio, muestro trabajo, nuestra seguridad,…”, “Tenemos miedo. Basta ya” o “Comercio=puestos de trabajo=impuestos=bienestar social”.
Estos mensajes son confusos. La venta ambulante permite que cientos de personas saquen algo para vivir. Lo que llamaríamos “puestos de trabajo”, sin ningún derecho: ni a enfermedad, ni a cotización,… nada de nada. Los mismos vendedores ambulantes, por otra parte, compran para comer (y pagan el IVA), pagan alquiler en sus viviendas (y pagan impuestos),… y no suponen ningún peligro para la seguridad de nadie. Son pacíficos y buenas personas.
Al respecto, están usando una argumentación falaz que pretende relacionar la venta ambulante con la violencia. Se basan en un tumulto que sucedió en la noche del miércoles, en la cual alguna persona debió defenderse de una redada policial con algún empujón y el jefe de la Policía local de Peñíscola resultó herido en un brazo. El periódico “Mediterráneo” (del grupo de El Periódico de Aragón) publica hoy sábado que “La policía advierte que los ‘manteros’ son cada vez más violentos”. Incluso leo en este mismo diario las palabras de José A.Soriano, jefe de la policía peñiscolana, que dice que “los hay que siguen pensando que ‘los manteros’ venden para comer, cuando resulta que el detenido del miércoles, en solo 20 minutos había recaudado 120 euros”. ¡Menuda falacia y tergiversación de la realidad! Están atacando a la venta ambulante diciendo que hace peligrar la seguridad. Una mentira como la copa de un pino. En Peñíscola no hay apenas delincuencia. Habrá algún ladroncillo, de playa y de tienda, algún coche que irá sin papeles,… y unos cuantos políticos viviendo del cuento desde hace años. Personas que viven muy bien a costa de gestionar los fondos públicos, que son de todos. Hay también muchos ricos que no ves porque suelen estar en sus yates. También hay negocios que se están enriqueciendo como usureros, poniendo unos precios abusivos por alquileres y venta de productos de primera necesidad. Y los que no vemos, las prevendas bajo mano, la corrupción a distinta escala, los tratos de favor, los “que hay de lo mío”, las contrataciones a amigos e interesados, etc. Esa es la delincuencia que nos ha llevado a una crisis de la que no saldremos con más de los mismo: Porras, pan y circo.
Esta guerra contra la venta ambulante, en mi opinión, va mucho más allá del conflicto comercial en si. Merece una amplia reflexión ante el tipo de sociedad que estamos construyendo entre todos. Acerca de la resolución de los conflictos sociales, de los intereses que se enfrentan, del papel de la policía, del lenguaje de los medios de comunicación, de la reacción espontánea de las personas, de lo que dicen y de lo que no dicen… de la pobreza y las desigualdades sociales a las puertas de nuestros hogares, las injustitas cotidianas,… y de una indignación popular que, a distintos niveles, crece cada día.