Los acontecimientos de los últimos días nos han traído varios recuerdos del pasado.
(nacho) “Hace 12 años que me abrieron la cabeza por primera vez. Y no fue la última. Los dos policías nacionales que me aporrearon la cocorota y me obligaron a recibir asistencia sanitaria abusaron de su fuerza y me zurraron sin que hubiera ningún motivo. Por supuesto, no cometí ningún delito y nadie me juzgó por nada. Me pegaron para hacerme daño y tratar de asustarme. Solo una vez más en mi vida me han pegado”.
(Pati) “Una llamada nos avisaba de que todo esto estaba pasando en la calle. Tan cerca, pero tan lejos. Mientras, la impotencia de saber que a uno de los tuyos le habían golpeado y la incertidumbre de qué más podía pasar. Por suerte, a día de hoy no hemos vuelto a recibir una noticia como ésta, aunque nos mantenemos alerta”.
En las últimas semanas estamos viviendo una escalada de violencia policial y ataques ultraderechistas con un amparo político y mediático injustificable. No es nada nuevo, como decíamos, pero nos preocupa la impunidad con que se están desarrollando algunas bestialidades y la manera en que se están difundiendo en los medios capitalistas.
El miércoles en Artieda sobrevolaba un helicóptero de la Guardia Civil. Nos identificaron al llegar. Cargaron los antidisturbios y nos golpearon. Nos grabaron en todo momento. 3 días después, seguimos esperando a que el delegado del Gobierno de España en Aragón, Gustavo Alcalde, explique por qué ordenó semejante carga y si pretende acabar con Artieda a cañonazos.
El 25S Madrid estaba tomada por cientos de policías, uniformados, sin placa, y también secretas. Durante horas, el centro de la ciudad fue un hervidero de porrazos, tensión y detenciones arbitrarias. Decenas de miles de personas vimos las imágenes en directo y muchas más en los vídeos posteriores. Lo que no hemos visto es a ningún policía o autoridad responsabilizándose de la represión.
Hace unas semanas, una charla de dos representantes políticos de la coalición EH Bildu en la Universidad de Zaragoza terminó con el ataque de un grupo de fachas y ultraderechistas, que continuaron persiguiendo por la calle a los asistentes, con la connivencia y permisividad de la seguridad privada de la Facultad de Económicas y de las distintas policías. Tampoco en este caso ha habido reacciones de los que mandan en el Ayuntamiento o en la Delegación de Gobierno.
De un tiempo a esta parte, casi todas las manifestaciones organizadas por sindicatos y colectivos disidentes (no así las de organizaciones pactistas) son recibidas por operativos policiales desmesurados, furgonetas con las sirenas puestas y efectivos parapetados y armados como si fueran a una guerra.
Podríamos citar muchos más casos y seguro que tú que nos lees recuerdas algunos más.
Nos hayamos inmersas en un escenario político en el que las movilizaciones sociales son muy importantes para revertir un sistema obediente y sumiso a las políticas neoliberales que nos cocinan a cientos de kilómetros de nuestros territorios. La articulación de movimientos sociales organizados, unidos y en acción son esenciales para cambiar el estado de las cosas. Los de arriba lo saben y por eso diseñan, orquestan y ejecutan la “Cultura del miedo”, una estrategia de sobras conocida durante décadas, en estas y otras latitudes.
Desgraciadamente, no todas las personas tienen la misma fortaleza y entusiasmo, y los hechos represivos pueden hacerles mella, acotolarles, amedrentarles y pasarles factura en la salud, física y psicológica. Noam Chomsky ha analizado muy bien el fenómeno de la Cultura del Miedo y ha argumentado en acertados textos cómo se lanza esta campaña hacia la población y qué objetivos persigue. Gracias a Chomsky, hemos aprendido a entender la guerra política y psicológica en la que nos encontramos, los esfuerzos de los gobernantes por controlar a los agentes sociales y su tremendo interés en la manipulación de masas, de la opinión pública.
Hace años que en el estado español se está aplicando el Derecho del enemigo. “O estás conmigo o estás contra mí”. Y contra ese “enemigo”, todo vale. Lo hemos visto durante décadas en Euskal Herria, donde han encarcelado, torturado y asesinado a cientos de personas, cuyo delito esencial era pensar distinto. “Todo individuo que, de una u otra forma, comulgue con los objetivos del enemigo debe ser considerado un traidor y tratado como tal”, escribía Chomsky. Y así es.
Hoy los enemigos somos todas y cada una de las personas que decimos No a tanto atropello. Nos tratan como criminales por querer vivir en nuestro pueblo, por salvaguardar nuestros ríos y montañas, por luchar hacia la dignidad en el trabajo, por articular espacios liberados donde poder reunirnos y esparcirnos, por defender una educación y sanidad públicas y para todas.
Cada día más personas nos estamos uniendo, organizando y luchando por necesidades no satisfechas o mal satisfechas. Y nos tratan como delicuentes. Así, la última reforma del Código Penal impuesta por el PP y su ministro Gallardón supone otra vuelta de tuerca hacia la crimininalización de la resistencia social. Quieren multarnos y encarcelarnos por salir a la calle, convocar manifestaciones o difundir ideas por las redes sociales.
La espiral penalista, punitiva y militarista de la sociedad es ya alarmante. El ministerio de la Guerra es el único que no sólo no sufre recortes, sino que incrementa orgulloso su presupuesto para la compra de armas. Unos 1.800 millones de euros más, sin contar gastos extraordinarios y partidas que acaban yendo hacia el ejército o la Guardia Civil. Esa Guardia Civil que Luisa Fernanda Rudi, presidenta del Gobierno de Aragón, tachó de “ejemplo de trabajo bien hecho, de sacrificio y de lealtad”. Lealtad a los que mandan, a los que recortan y reprimen.
Mientras todo esto pasa, las empresas de (des)información para masas siguen llegando a muchísima gente que todavía no está movilizada. Ellas se encargan de silenciar acciones, criminalizar las disidencias, tergiversar o ridiculizar a los movimientos sociales, tratar de enfrentarnos y alejar el foco de lo importante. Hacen bien esa labor, para eso les pagan, y sus descréditos calan en parte de la población.
Gracias a los medios alternativos y a las redes sociales podemos comunicarnos y poner en común lo que pasa, lo que pensamos y cómo intervenir. Por ahí fluyen los vídeos, las fotos y los textos que hablan de propuestas, de lo que acontece en las calles, de lo que preocupan a la gente.
Este verano en Rebelión se publicaba un bonito artículo de Santiago Alba Rico muy relacionado con todo esto. En él se habla de nuestra capacidad de decisión a lo largo de nuestra existencia. Cada vez que nos rebelamos ante un nuevo recorte, una nueva expropiación, un nuevo desahucio, continuamos resistiendo, seguimos viviendo. Ésa es nuestra decisión. Elegimos no sumirnos en la tristeza, en la desolación y el aburrimiento. Decidimos no compadecernos y seguir aguantando. Sabemos que la amargura no es la solución. Con cada paso que damos elegimos qué vida queremos vivir.
Parece que tenemos la elección cada vez más fácil. La brecha abierta entre quienes defienden a ultranza el capitalismo y su barbarie y quienes decimos que así no, que la vida es otra cosa diferente a lo que nos quieren vender (porque en esto quieren convertir nuestras sociedades, en una mera transacción económica en la que la mayoría paga y unas pocas se enriquecen) es cada vez mayor. Las medidas de represión golpean cada vez más fuerte, pero también se refuerzan cada día las redes que nos unen.
Han pasado ya unos cuantos años desde la primera vez que vivimos la resistencia en Artieda. Desde entonces, hemos vuelto muchas veces, siempre con alegría y rabia contenida. Con las buenas gentes de Artieda hemos sabido siempre en qué lado estábamos. Al igual que con otros pueblos en lucha contra las políticas pantaneras que pretenden inundar sus tierras y ahogar sus vidas. Elegimos dónde vivir y con quién luchar. Elegimos rechazar a los antidisturbios, por mucho que ridículamente entonen un “lo siento” o traten de justificar su violencia represiva. Aquí también hubo una elección entre pertenecer a las fuerzas represivas del Estado o ser personas.
Cualquiera que sean las barreras, los dispositivos, los mecanismos del neoliberalismo más atroz, sabemos en qué lado estamos. Decidimos cuál es la vida que queremos vivir y luchamos por ella, con ternura pero con firmeza, con dignidad y alegría.
Nota final: como siempre, nos quedamos con la sensación de que contaríamos más cosas y de que el texto no es todo lo concreto que nos gustaría. Al menos, compartimos sentimientos y eso nos gusta.
Nacho y Patricia Escartín Lasierra, La enredadera de Radio Topo
Siento que habéis hablado por mí.
Por lo que yo pienso, siento y percibo.
Muchas gracias a vosotros y a todas las personas despiertas y luchadoras como vosotros.
¡Gracias, Carmen, nos alegra mucho saber que no estamos solas y que compartimos sensaciones y propuestas como parte de una colectividad!