Eduardo Galeano escribió en su “Libro de los abrazos”:
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso- reveló-, un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas; algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.
Ayer se nos apagó uno de estos fuegos. Lola nos dijo adiós. En un día frío, de niebla espesa, de esos que invitan a refugiarte y buscar el calor humano. Quizás eligiera ayer por ello, para tenernos más juntos y así, junticas sentir también su calor y su abrazo.
Porque para mí, como para la mayoría de la gente que conozco, pensar en Lola es sentir la calidez y la calidad humana.
Dolores Ariño Martín, Lola, era una Internista Familiar y Comunitaria. Como ella misma nos contaba, se especializó en Medicina Interna, pero luego se dedicó a la Atención Primaria, desarrollando lo que a ella le gustaba, la atención integral o bio-psico-social de las personas, en el Centro de Salud de San Pablo de Zaragoza.
Algunas han tenido la suerte de trabajar con ella durante veinte años. Hay quienes la conocimos hace apenas unos años. Otros sólo charraron con ella en un par de ocasiones. En todo caso, la sensación de unos y otras no varía: hemos tenido la suerte de contar con una excelente compañera. Atenta, inteligente, cuidadosa, cariñosa, amable…Un punto de referencia sin el que nos costará un poco reorientarnos.
Lola siempre estaba allí. Como profesional y como persona. En el Centro de Salud de San Pablo ha sido motor y guía de sucesivas generaciones. Todas hemos acudido a ella en un momento determinado para saber su opinión tanto en lo científico como, sobre todo, en lo humano. Yo siempre recuerdo a Lola atenta a todo y a todas. Se inclinaba hacia ti, con los ojos bien abiertos, las gafas ajustadas y sentías cómo te miraba, sonreía y asentía. Sólo con su gesto hacía que nos sintiéramos en algún momento especiales, cuidadas, protegidas. Quizás por eso también ha sido tan buena médica y sus pacientes la querían tanto.
Nos ha trasmitido su pasión hacia el cuidado de la salud de las personas, en especial la de las mujeres. El respeto hacia sus pacientes y compañeros y la responsabilidad por su trabajo. Con ella ha crecido día a día el compromiso con la comunidad, con un barrio que no dudo la echará de menos, por todos los años dedicados no sólo a la consulta, sino a entablar una excelente relación con los y las vecinas y asociaciones que lo habitan.
Con Lola hemos aprendido mucho, en un proceso recíproco que no paraba de recordarnos. Nos hemos reído y emocionado, hemos llorado, hemos cuestionado cosas con las que no estábamos del todo de acuerdo y hemos aprendido a callar a tiempo. Nos hemos manifestado por un mundo mejor. Hemos tenido la suerte de conocer a su familia, compañeros también en otras luchas. Hemos viajado y caminado por el monte. Hemos escuchado sus aportaciones y consejos. A Lola siempre la hemos sentido un poco “nuestra”. Por eso ahora nos sentimos un poco más huérfanas y nos gusta pensar en eso de que morir quizás sólo sea hacerse a un lado y estar en todas partes en secreto.
Dice el refrán, más en cuestiones de amor, que “donde hubo fuego, cenizas quedan”. Y entre éstas todavía queda esa chispa, esa energía que Lola siempre desprendía. A nosotras nos queda la responsabilidad de mantenerla viva. Que no se apague la llama.
Yo quise responder a despedida tan bella, pero no se me ocurrió nada. Nada que hacer, nada que decir. Nunca he sido buena para los adioses.
Nota: Lola Ariño quiso participar con su voz en el estreno de la web de AraInfo en la que sería su última entrevista.
Patricia Escartín Lasierra